La segunda vida del tren Lusitania
Parte del trayecto que unió Lisboa y Madrid por Cáceres puede hacerse ahora con bicis sobre los raíles
MIRIAM F. RUA
Domingo, 24 febrero 2019
En la vieja estación de Marvão-Beirã (Alto Alentejo), la última antes de entrar en la frontera española, el tiempo está congelado desde que, en agosto de 2012, el viejo tren Lusitania hiciera su último recorrido entre Lisboa y Madrid.
El reloj, como el del Titanic, se paró a las cinco menos cuarto. Se conservan en perfecto estado de revista los azulejos blancos y azules que decoran la fachada de la estación, el cartel de la puerta que antes servía para sellar los pasaportes, el muelle de carga de mercancías y los raíles por donde millones de personas viajaron entre las dos capitales ibéricas durante casi 80 años.
Seis años después de que aquel romántico ferrocarril nocturno de moqueta y terciopelo se parara para siempre, las vías han vuelto a cobrar vida gracias a la iniciativa de Susana Torgal y de su pareja, un neozelandés al que conoció en Barcelona, donde trabajó diez años en una editorial como traductora.
Juntos han ideado unas bicicletas biplazas cuyas ruedas circulan por los raíles del viejo tren, una iniciativa con la que, personalmente, han cambiado el estrés de gestionar un restaurante en Lisboa, por la tranquilidad de una aldea semiabandonada desde que el Lusitania dejó de funcionar.
Apenas medio centenar de vecinos mantiene viva esta aldea, a ocho kilómetros de Marvão, y que hace frontera con Valencia de Alcántara. La decisión de los gobiernos luso y español de desviar el trayecto entre Lisboa y Madrid por Salamanca, por ser más rentable, acabó con el medio de vida de gran parte de sus habitantes.
Susana Torgal ha sido la primera en poner en marcha el 'railbike' en Portugal, una actividad deportiva, lúdica y de naturaleza que en muchas ciudades del mundo ha servido para darle una segunda vida a los caminos de hierro sin uso. «No es una idea que nosotros hayamos inventado, ya existía y aquí teníamos una línea férrea en buen estado que discurre por un parque natural y eso nos gustó».
Hacer realidad esta idea les ha costado más de dos años y medio de burocracia. Tuvieron que convencer a las Infraestructuras de Portugal (la empresa pública que gestiona los ferrocarriles lusos) para que le autorizaran a explotar la vía férrea.
«Ha sido un proceso largo, porque esto no existía en Portugal y tuvieron que pensar cómo ponerlo en marcha», recuerda. Finalmente, y tras presentar un prototipo de bicicleta, que llegó de Estados Unidos por piezas, ganaron el concurso público.
Desde octubre, del antiguo almacén de mercancías que está pegado a la estación de tren salen a diario sus bicicletas. Tienen seis en total, que permiten hacer dos recorridos. Uno de 15 kilómetros (ida y vuelta), que dura aproximadamente dos horas y otro más largo, que llega hasta la estación de tren de Castelo de Vide, cuyo trayecto son 32 kilómetros que, a pedales, se tarda en recorrer entre cinco y seis horas.
Estos paseos son guiados por una cuestión de seguridad. Ya que hay varios pasos de vehículos durante el recorrido que atraviesa la vía y son los monitores los encargados de hacer la función de las antiguas barreras para interrumpir el tráfico.
El paisaje, un parque natural
El encanto de esta actividad, más allá de lo deportivo, reside en el paraje que atraviesan las vías del tren. Se trata del parque natural de la sierra de San Mamede, poblada de robles, castaños, alcornoques, encinas, buitres leonados, milanos negros o águilas perdigueras. «Es muy bello, estamos en plena naturaleza, y hay puntos increíbles durante el recorrido, como un puente de 30 metros de altura a mitad de camino», describe Torgal.
De momento, tienen la concesión de este trayecto durante ocho años. Con esta perspectiva, el siguiente paso que quieren dar para ampliar la actividad es incorporar a su flota bicis con motor eléctrico, para que cualquiera pueda realizar los paseos. «Ahora se necesita una buena condición física porque el trayecto tiene desniveles. Hay subidas, bajadas y también zonas planas».
Les gustaría, además, convertir su paseo en transfronterizo, ampliando su recorrido para que atraviese la frontera española, a siete kilómetros de la estación de Marvão-Beirã. «Sería muy interesante cruzar la frontera porque enriquecería la experiencia», reconoce.
Esta posibilidad, dice Susana Torgal, dependerá de la demanda o de que surja la oportunidad de tener un socio español con el que alargar la vida del viejo tren Lusitania.
Salón donde tuvo lugar el encuentro entre los dos dictadores. :: j. v. a. |
Junto a la estación de Marvão-Beirã sigue en pie y casi intacta la
cantina y el restaurante que daba servicio a los pasajeros que salían o
se apeaban del tren. Esta casa fue testigo de una de las reuniones
secretas que Franco y Salazar, los dos dictadores ibéricos, mantuvieron
durante la II Guerra Mundial. Ambos llegaron en tren, se cuenta en la
aldea, y estuvieron reunidos en el restaurante, que aún conserva el
techo de madera, la azulejería en sus paredes y una enorme chimenea en
el centro. Hoy, este lugar histórico se ha reconvertido en una casa de
huéspedes. No es este el único episodio histórico que vivió el
Lusitania. Durante los años de exilio de la familia real en Estoril, el
hoy emérito rey Juan Carlos I, entonces príncipe, cogía este tren para
viajar de Madrid a la ciudad portuguesa que acogió a los Borbones
durante la dictadura.
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